miércoles, 11 de mayo de 2011
CARGANDO EL VENADO.
Estaba un hombre a la orilla del camino sentado en una piedra, bajo la sombra de un frondoso árbol.
Se le miraba triste, meditabundo, cabizbajo; casi, casi a punto de soltar el llanto.
Así lo encontró su compadre y amigo de toda la vida, le preguntó el motivo, causa o razón que ocasionaba que él se encontrara en situación tan deprimente.
Compadre, contestó el interpelado, -¡Tu comadre! -Después de limpiarse los ojos llorosos empezó con su relato.
-Mire compadre, sabe que somos muy pobres y en su humilde casa la única forma de acompañar los frijoles es con un pedazo de carne que tengo que conseguir yendo de cacería al monte. Me tengo que ir con mi vieja escopeta, pasar varios días de sufrimiento y penalidades, salvándome de milagro de los peligros del monte, esquivando víboras, al tigre. Soportar la terrible comezón que me producen las garrapatas y piquetes de moscos, y aguantar cómo me cala hasta los huesos el frío y la soledad de las noches.
“Luego, por fin, si la suerte me socorre y logro cazar un venado, todavía tengo que cargarlo hasta el rancho y subir la cuesta de la loma donde está mi casa”.
Todavía no alcanzo resuello cuando aparece mi señora con el cuchillo en la mano e inmediatamente empieza a repartir el venado entre vecinos y familiares.
-Que una pierna pa’ doña Juana
-Que otra pa’ doña Cleo,
-Que este lomito pa’ mi amá, que esto pa’llá que esto pa’cá y a los dos o tres días allí va tu tonto otra vez de cacería. ¡Pero ya me cansé !
El compadre de aquél iracundo desdichado, después de meditar un momento le dio la solución:
-“Invite a su mujer a cargar el venado”. Sí, sí. Mire, no más no le diga las maltratadas que se pone para cargar el venado. Mejor píntesela bonito. No le hable de las espinas ni los peligros, ni del frío ni el calor. Digale que la invita para que disfrute de los bellos paisajes, del esplendor de las estrellas que lo cobijan en la noche, de los manantiales cristalinos que reflejarían románticos momentos con sus imágenes, sumergidos en sus exquisitas aguas; hable del aire fresco del monte, lleno de oxígeno, de la graciosa manera en que camina el venado, como si fuera un bailarín de ballet, de el dulce canto de los grillos y los pajarillos silvestres, en fin…
El compadre siguió el consejo. Por supuesto la convenció.
La mujer, entusiasmada, se fue con la falda larga hasta el tobillo, Al cruzar el primer “aguamal” se redujo a minifalda porque la prenda quedó desgarrada entre las púas.La blusa le quedó toda desgarrada, el calzado se le rompió por los difíciles caminos y las piedras y las espinas la hicieron sangrar. El sol le quemó la piel. El cabello se le maltrató: le quedó tieso como estropajo. Las manos le quedaron encallecidas al abrirse paso entre el espeso monte.
Toda chamagosa la señora, estuvo a punto de sufrir un infarto al toparse con una enorme víbora.
Muerta de hambre, su imagen parecía sacada de un cuento de ultratumba.
Por fin, después de tantos martirios, un día encontraron al venado. Ella tuvo que contener el aliento y el hombre sigiloso, con la astucia y agilidad de un gato, se acercó a su presa, y con la mirada de un lince localizó el blanco justo para liquidar al escurridizo animal. ¡Bang!
Y el venado había muerto. La mujer no cabía de júbilo pensando que su sufrimiento había terminado, pero no era así.
-“Ahora, mi amor, quiero que cargues el venado para que veas lo bonito que se siente — le dijo el hombre masticando rabiosamente cada una de sus palabras”.
La mujer casi se desmaya ante la desconocida mirada asesina de su marido, pero ante la desesperación por regresar a su hogar no tuvo aliento ni para replicar y cargó el venado hasta su casa cruzando veredas y montañas.
Deshecha, con las piernas adoloridas y la espalda casi rota, jadeando y casi muerta, a punto de fallarle el corazón, llegó y depositó el animal en la entrada de su casa.
Los niños y sus amiguitos, hijos de los vecinos, salieron a recibir a sus papás cazadores y acostumbrados a la repartición, le dijeron a su mamá con alegría:
– Mamá, apúrate a repartir el venado porque la mamá de Pepito ya está desesperada.
–¿Qué pedazo le llevo a mi tía?, le dijo otro.
La señora, tirada en el piso, hizo un esfuerzo sobrehumano para levantar la cabeza y con los ojos inyectados de sangre volteó a ver a los niños y agarrando aire hasta por las orejas, les gritó:
– ¡¡¡ Este venado no me lo toca NADIEEEE !!!
REFLEXIÓN: Para valorar el esfuerzo ajeno y respetar en su real dimensión el trabajo de los demás, todos debemos aprender a “cargar el venado”.
Que pasaría si a la clase “Política Mexicana”, a Don Ernesto Cordero de Hacienda, al Presidente Calderón, a todos los lideres charros de sindicatos, se les obligase a vivir en el México en que vive la mayoría de los mexicanos, con prestaciones que establece la Ley Federal del Trabajo, con salarios mensuales con los que vive un profesional promedio....… creo que bien valdría la pena invitarlos a "CARGAR EL VENADO"
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